El pasado de esta casa de 1750 era tan rural que en la planta baja no había suelo, sino tierra: los animales estaban aquí, mientras que las plantas superiores eran las zonas residenciales. Clara y Peter, el matrimonio propietario, preservaron su esencia rústica al modernizarla. “Aunque no me gustan demasiado las paredes de piedra, las conservamos donde se pudo”, reconoce Clara. También preservaron la volta catalana y las vigas aunque no pudieron salvarse y por ello crearon unas idénticas. En el suelo de toda la casa, apostaron por toba artesana para mantener esa esencia y abrieron nuevas ventanas para inundar de luz toda la vivienda.
Clara no es decoradora profesional, pero en sus viajes, sus colecciones de revistas y paseos por mercadillos y anticuarios encuentra constantes fuentes de inspiración, como el color ‘harina tostada’ que pinta toda la casa y vio en El Mueble. Esas nuevas ideas van como un guante a los detalles originales, como la pared de piedra. En ella quedan los restos ennegrecidos del horno de leña que han preservado, aunque inutilizado. La nueva chimenea, de anticuario, está enfrente, y es de madera cubierta con hierro por dentro. Todas estas decisiones decorativas crean una atmósfera tan cálida como fresca.
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