El salón es una de las estancias de la casa en las que pasamos más tiempo, solos o en compañía de la familia y los amigos, en agradables sobremesas o relajándonos al final del día. En un espacio tan versátil, confort y practicidad deben ir de la mano con la estética, sin olvidar el factor salud. Y si hay un elemento que determina por encima de todos que el espacio sea sano y agradable es la calidad de la luz, tanto natural como artificial.
Deja pasar la luz
Dichos populares como “donde entra el sol, no entra la enfermedad” o “donde entra el sol, no entra el doctor”, ponen de manifiesto que el sol es fuente de salud. La luz del sol fortalece el sistema inmunitario, permite sintetizar vitamina D, ayuda a mantener los huesos en plena forma, sube el ánimo, potencia el optimismo, previene la apatía y la depresión. Por ello y para potenciar la salud, se aconseja diseñar la distribución del salón en función de las entradas de luz natural al máximo de espacio. Conviene prever las zonas más cercanas a los ventanales para ubicar el sofá y las butacas, para aprovechar al máximo la luz natural durante el día, y distribuir adecuadamente los muebles –como estanterías y alacenas- de modo que permitan el paso de la luz a toda la estancia.
Que el color juegue a tu favor
A través del color de las paredes se puede potenciar la luminosidad; el blanco, el amarillo o los colores muy claros son excelentes apuestas para salones con poca luz natural, como es el caso de aquellos que están orientados al norte.
Para los salones con mucha insolación, un cristal doble o triple puede ser una buena elección, ya que además de sus propiedades como insonorización acústica, dejan pasar la luz reduciendo la cantidad de calor en el interior, sin que se note una disminución de la entrada de luz al interior. Hay que considerar que los cristales teñidos, de color o con tonos oscuros, actúan filtrando la luz y reduciendo la luminosidad en el interior, por lo que pueden crear ambientes desvitalizados.