En la primavera de 1992, justo antes que comenzaran los Juegos Olímpicos de Barcelona, se acabaron las obras de rehabilitación de esta masía. El propietario recuerda muy bien la fecha no solo por la coincidencia con la Olimpiada, sino también porque, desde entonces, él y sus hijos disfrutan de una residencia que les proporciona muchas horas de felicidad.
La casa está en el Baix Empordà, relativamente cerca de la costa, dentro de un paisaje domesticado por la agricultura en el que se alternan pueblos medievales muy bien conservados con campos de cereales, pinares perfumados de resina y algunos arrozales. Cuando se adquirió, la masía estaba en muy mal estado, con animales pululando por su planta baja, y sin servicios básicos como agua y electricidad. Pero su potencial era enorme, tanto por el tamaño de la vivienda como por la posibilidad de dotarla de un fabuloso jardín, una posibilidad que se materializó gracias a la adquisición de un campo vecino.
La reforma se encargó al arquitecto Lluís Auquer, quien conoce bien y respeta la arquitectura propia de esta zona. Auquer, codo con codo con el propietario, llevó a cabo una obra que implicó unir dos casas, una de ellas con zonas que datan del siglo XII, como el techo de lo que hoy es la cocina que, en origen, era un entramado de maderas ennegrecidas y que tras una concienzuda limpieza y fumigación es hoy un atractivo testimonio de la rica historia de esta masía.
El respeto por sus rasgos originales, sin embargo, no está reñido con disfrutar de comodidades tan actuales como la calefacción o el aire acondicionado. También cuenta con algún elemento de corte contemporáneo como el porche frontal, añadido posteriormente, diseño de la arquitecta Beth Tayà. Las nuevas ventanas ojivales en la fachada frontal son un guiño a los trazos góticos de las ventanas originales que recorren un lateral de la amplia habitación principal, por las que se cuela el bello paisaje del Empordà.