Mientras que en algunos países se considera un objeto imprescindible, en otros ni siquiera han escuchado hablar de él. El bidé siempre causa polémica porque su uso parece estar sujeto al capricho de algunos y mucho tiene que ver la reducción de los espacios en las casas modernas y que nuestro estilo de vida ha cambiado.
Hay quienes dicen que es muy útil y práctico para la higiene íntima, dicen que es una buena forma de mantener ciertas partes siempre limpias en un pís pás. Y como para gustos colores, en contraparte tenemos los que prefieren meterse a la ducha y evitarse el engorro de lavarse agachados sobre este invento que les parece obsoleto, incómodo y hasta feo.
Por otro lado, conservar el bidé supone decirle adiós a unos cuantos centímetros en el baño y para qué negar, que ese sacrificio no siempre resulta atractivo y en muchas casas prefieren despedirse de él y gozar de un baño más grande.
Historia del bidé
Aunque existen distintas teorías acerca de su aparición exacta, parece que fue en el siglo XVII cuando los fabricantes de muebles franceses lo inventaron, aunque fue en Italia donde se popularizó, colocado sobre un caballete en las habitaciones de la nobleza.
La palabra bidé proviene de bidet, caballito en francés, y hace referencia a la postura que hay que adoptar para usarlo. Lo utilizaban los jinetes para calmar el dolor tras largas jornadas a caballo, aunque también fue empleado como un elemento para la higiene y para evitar la concepción.
Hoy en día países como el nuestro, Portugal, Italia, Argentina o Japón, hacen uso de él, aunque en distintas formas: con pedestal y un chorro horizontal, con chorro vertical o invertido o incorporados al inodoro.
Al final todo se reduce a los gustos, el estilo de vida y el espacio que tenga cada quién, pero... nos encanta abrir debates.