Desde las clásicas bombillas incandescentes hasta las LED, el mercado nos ofrece numerosas posibilidades. Pero no todas son igual de eficientes, sostenibles, ni recomendables para la salud. Repasamos los tipos de bombilla para conocer qué opción es la más adecuada para tu casa.
Bombillas incandescentes
Las bombillas de filamento de tungsteno tienen fecha de caducidad. Han sido las primeras en iluminar nuestros hogares y han sido omnipresentes en casi todos los espacios interiores. Son baratas, pero al emitir luz cálida y en forma de infrarrojos, resultan muy poco eficientes. Gastan hasta cuatro veces más electricidad que los fluorescentes de nueva generación. Así que... ¡descartadas!
Fluorescentes
Tanto los tubos como las lámparas fluorescentes funcionan por calentamiento de gases como el neón y el argón. Emiten una luz ultravioleta que produce la fluorescencia del material que recubre el interior de la lámpara. Consumen un 80 por ciento menos que las convencionales y duran diez veces más, lo que compensa su elevado precio.
Existe la controversia de cómo se reciclará el mercurio que contienen, unos 5 miligramos por bombilla en estado gaseoso. Además supone mayor peligro ante una eventual rotura.
Otro problema asociado es que generan campos magnéticos, por lo que se recomienda mantenerlas a una distancia prudencial.
También tienen en contra su parpadeo: el ojo percibe que está ante una luz pulsante y no lineal, lo que a algunas personas sensibles les produce irritación o cansancio visual.
En cuanto a su estética fría, hoy en día ya podemos encontrar lámparas compactas de espectro cálido o luz blanca, según la estancia que quieras iluminar. Con los tubos fluorescentes, coloca en paralelo un tubo cálido junto a otro de luz blanca para disminuir la sensación de "frialdad".