Desde hace unos años, la cocina ha recuperado su situación central en casa. Ya no es esa estancia que daba la espalda al resto del piso y dónde solo se entraba para cocinar y poco más. Ahora se ha convertido, en muchos hogares, en el centro neurálgico alrededor del cual pivota la vida familiar. Cocinar, sí, pero también comer, charlar, hacer los deberes...
Pero, ¿cómo se casan estas nuevas necesidades con los pocos metros? Con una muy acertada planificación inicial –busca asesoramiento profesional, tu cocina lo agradecerá–, y priorizando necesidades.
Una reforma que siempre funciona en cocinas mini es tirar tabiques y abrirla al salón. Ganas metros útiles, sensación de amplitud y luz. Y, además, la sacas de su anonimato y la invitas a participar en el día a día de la familia al quedar integrada a la zona de día. ¿Temes los humos y olores? Ciérrala parcialmente con una estructura fija de vidrio o bien instala una puerta acristalada, que podrás abrir y cerrar según necesidades.
El mobiliario también juega un papel básico en una minicocina. Si quieres aprovechar al máximo el espacio, llévalo hasta el techo, pero ojo, porque te puede quedar visualmente pesado. La manera de aligerarlo es optar por el blanco, que nunca falla en cocinas, o combinar algunos módulos superiores ciegos con vitrinas o algunas baldas.
Y no des ni un cm por muerto, quizás en un rincón puedes habilitar una barra volada –con unos 30 cm de fondo es suficiente– o una mesa plegable, que cuando no la usas, queda plegada paralela a la pared. En una de 60 cm de fondo podéis comer cómodamente dos.
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