Una tarde de invierno en casa. Un gran ventanal con vistas al campo y, en el horizonte, las montañas nevadas. El crepitar de la madera en el fuego de la chimenea. Una taza de chocolate bien calentito. Ese plaid tan gustoso que te ha acompañado de mudanza en mudanza. Un libro, y tú. Bien acurrucado en el sofá en tu momento hygge. Esta bucólica estampa de relax y tranquilidad es la que asociamos la mayoría de nosotros con una casa de campo o de montaña y, por extensión, con el estilo rústico.

Pero ojo, porque bajo la etiqueta de "estilo rústico" conviven muchos. El más tradicional es el asociado a un entorno rural, con piedra en las paredes, vigas de madera, suelos de barro... También tenemos el alpino, propio de las casas de montaña con paredes y suelo revestidos de madera en tonos cálidos que emulan los antiguos refugios forestales; el contemporáneo, con un look rustic chic adaptado a nuestros días (maderas de tonalidades suaves, muebles más ligeros y funcionales, chimeneas de hierro o de piedra en dimensiones más minimalistas...) y, por qué no, el urbano. Sí, sí, el rústico urbano, que aunque parezca una contradicción cada vez tiene más adeptos y se instala en los pisos y casas de ciudad.

Y es que el estilo rústico ha encontrado su espacio también entre los más urbanitas. Con él se busca trasladar a la ciudad la esencia natural, acogedora, tradicional y auténtica propia de este estilo. ¿Cómo? Mediante el uso de los mismos materiales que caracterizan el estilo rústico –madera, piedra, barro, fibras naturales...–, pero dándole un giro con nuevos colores –triunfan los grises y los tonos neutros–, acabados y mezcla de materiales –hierro y hormigón, madera y ladrillo visto–.

Así que, tanto si eres de los que fantasean con una casa en un entorno rural como de los urbanitas de corazón, seguro que te has enamorado de alguno de los salones de nuestra galería. Y por qué no, ¡querrás copiarlo!

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