En alemán existe una palabra que define de maravilla la transformación de esta casa en San Cugat del Vallés, en la provincia de Barcelona. Se trata de töpfern, un término que podría traducirse como "dar forma al barro", tal como nos cuenta la interiorista Katy Linder. "Conforme iba tirando paredes la he ido moldeando. No ha sido para nada una reforma fácil, porque tenía una distribución muy complicada y estaba estructurada en medias alturas. ¡De la casa anterior no ha quedado nada!, salvo la fachada. El antes y el después os sorprendería", confiesa orgullosa.
Sin ir más lejos, la cocina, una de las grandes protagonistas, originalmente era alargada y estaba cerrada. Diseñada por un estudio tan emblemático como Deulonder Arquitectura Domèstica, desde el principio Katy quiso incorporarle una gran isla y abrirla al comedor para crear un espacio diáfano. "La propietaria quería el máximo de almacenamiento posible e incluimos un mueble de desayuno con un pequeño banquito", explica. A su vez, en el comedor, colocó una vitrina con espejos en los extremos "para ocultar la jácena que hay justo detrás y que no se podía eliminar", apostilla. Así, de esta forma tan práctica, superó lo que a priori suponía todo un hándicap.
A la pregunta de cómo definiría su estilo, ella lo tiene muy claro. "Diría que lo que busco es conseguir espacios atemporales, acogedores y serenos. Me gusta que la base sea neutra para que después cualquiera pueda jugar con los elementos decorativos que prefiera", nos explica sobre la elección del blanco roto en todas las paredes y en las carpinterías. Únicamente hay una excepción: el mobiliario de la ya mencionada cocina, que al ser de un tono greige ayuda a resaltar la grifería y los tiradores vintage de latón envejecido.
El salón, por su parte, ahora es independiente, porque con anterioridad estaba unido al comedor. Más allá de un mueble boticario que le da "un ligero toque rústico", en este espacio sobresale una chimenea que integra un mueble con mucho espacio de almacenaje y que, asimismo, oculta la TV con el objetivo de "evitar una mancha oscura poco estética". Las cortinas de lino en color arena, una mesita auxiliar de pino muy mediterránea y sillas que combinan materiales naturales como el bambú y el mimbre ponen la guinda a esta serenidad.
En el suelo, el roble natural de Neocerámica, así como la escalera de la misma madera, refuerzan esa sensación de calidez. Y es que la anhelada serenidad viene dada por el mimo en todos los acabados. "Es una casa sin pretensiones, cero ostentosa y muy relajada para vivir. Desde que la vi por primera vez percibí que tenía alma. Un lugar con alma es aquel que, pese a estar sin decorar, destaca por su belleza y su personalidad. Sin necesidad de grandes artificios, da muy buen feeling", añade. ¡Y que lo diga!
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