El terreno elegido es ya excepcional, en un promontorio lleno de vegetación sobre las aguas, con lo que ya mucho estaba ganado. El resto era cuestión de trabajo, dedicación, cuidado y mucho mimo, y de todo eso había y de sobra. La casa, entre palmeras y un verde exuberante, responde punto por punto a los deseos de su propietaria. Y también, desde luego, a los míos y, supongo, a los de muchísimas de vosotras.
Porque esos porches amplísimos levantados en madera de teca junto a una piscina que figura una alberca son una maravilla de sencillez y de acogimiento. Cuentan con unos estores de bambú para protegerlos del exceso de sol, están decorados con muebles de inspiración colonial y el mar se hace presente a través de las grandes hojas de las palmeras. No se puede pedir más a la vida.
Aunque la vida te lo dé, porque el interior mantiene esa evocación de un lugar mágico de Indochina, con unos techos altísimos cubiertos de caña y vigas de teca. Se trata de un espacio abierto, con grandes ventanales y muros de cristal que dan directamente al jardín, un lugar extenso y diáfano donde conviven el recibidor, con el arranque de la escalera hacia la planta superior, el salón propiamente dicho, con sofás enfundados en lino blanco en torno a la chimenea, un rincón destinado al reposo, la lectura, o el trabajo junto a la librería acristalada, y un comedor en una hermosa esquina privilegiada por la luz de los ventanales. Es decir, cuatro en uno. Así dicho parece que es tarea fácil la de colocar cada ambiente en su sitio, pero si nos metemos más en harina podemos ver que los recursos de los que se han servido los decoradores de la casa son muchos y todos aprovechables.
En primer lugar está el suelo, cubierto de microcemento de un tono beige claro y luminoso, que unifica todos los diferentes ambientes del mismo espacio. Y están, sin salir de donde nos situamos, las diferentes alturas, salvadas con un par de escalones que separan la zona de estar de la del comedor. Los techos, por su parte, contribuyen de forma semejante a la unidad y a la diferencia. Todos cuentan con vigas de teca, pero tienen distintas alturas e inclinaciones. También distintos acabados, porque fijaos en el del comedor, donde el entramado de tablas de madera sustituye al de cañas, y además se ha pintado de blanco. Recursos sutiles pero muy eficaces para conseguir unificar y separar al mismo tiempo.
Antes de salir de este gran espacio continuo, cuatro palabras para hablar de los colores. Sin duda, el dominante es el marrón rojizo y cálido de las maderas. Del techo, de la carpintería y de algunos muebles. El resto, paredes, suelos, alfombras, tapicerías, están a su único servicio y se entregan a los blancos rotos y a los tonos neutros.
La cocina es una gozada. Envuelta en el gris del microcemento del suelo y de los muebles de obra, y en el blanco radiante de techos y paredes, tiene un encanto primitivo mezclado con el gusto exquisito de quien la concibió. Por favor, miradla bien y fijaos en los detalles de la gran estantería para el almacenaje, en la península de doble cara y doble uso, en la zona de aguas y de cocción y en el amplio espacio destinado a un office afrancesado. Señaladlo en vuestro cuaderno de notas y no os olvidéis de volver a mirar estas fotos cuando penséis en haceros una cocina rústica con el mayor de los refinamientos.
Y nos queda ya el dormitorio, prácticamente forrado de madera en un blanco impoluto y tranquilizante. Con un ventilador colonial en honor a los buenos recuerdos viajeros, con suelo acogedor de madera, con estores de bambú, y con vistas sobre un mar enmarcado por palmeras: Indochina en el Mediterráneo.