Esther Martín es una maga del papel y del cartón. Ahora ejerce de perfecta anfitriona y nos abre las puertas de su proyecto más personal, su casa de campo. Durante algo más de un año Esther buscó una vieja casa de pueblo para transformarla en un lugar cómodo, donde sus hijas disfrutaran de la naturaleza y ella pudiera recibir a sus invitados. Cuando visitó por primera vez esta casa, lo que vio coincidió con lo que había soñado. “Estuvimos tres años de obras –sonríe–. Se me hizo muy largo, pero valió la pena”.
La vivienda había estado cuarenta años abandonada. “Era una masía agrícola con añadidos”, comenta Esther, que supervisó las obras y se ocupó de decorarla y de comprar todos los muebles. “Durante la reforma, visitaba la obra un día a la semana y, paralelamente, iba adquiriendo los muebles, las lámparas, los detalles... Me enamoraba de una pieza y la compraba, aunque no sabía dónde la pondría. Pero luego, de forma misteriosa, todo encajaba por sí solo”. Esther afrontó la reforma con una filosofía clara: “Quería lograr ambientes luminosos y acogedores, pero me propuse también respetar su larga historia. Si un clavo de la pared no molestaba, pues ahí se quedaba. Quizás está allí desde hace doscientos años...”.
La planta baja estuvo ocupada por cuadras y almacenes, y hoy es una hospitalaria zona de bienvenida, con entradas desde la calle y el jardín. La primera planta reúne las estancias de día: estar, comedor y cocina. Mientras recorremos las salas, Esther nos muestra fotografías del estado en que estaban cuando las vio por primera vez, y el contraste es impresionante. “Los reyes de la casa eran los murciélagos”, bromea.
El estar, hoy presidido por el abeto navideño, se encuentra bajo una elegante bóveda, “que tuvimos que rescatar, pues estaba oculta detrás de añadidos”. El comedor, alrededor de una mesa recuperada, se pavimentó con mosaico hidráulico de aire clásico. La cocina se organizó en torno a una mesa, que hoy sirve de superficie de trabajo para las dos hijas de Esther, Valentina y Pía, concentradas en la preparación de la masa para hacer galletas. Al fondo, una gran alacena beige hace juego con el verde agua de toda la carpintería de la casa. “La alacena la quise con puertas acristaladas por un motivo práctico. Me gusta tener invitados y que me ayuden en las tareas de la cocina; con las puertas de cristal me ahorro tener que estar indicando dónde está esto y dónde está lo otro”, cuenta Esther con humor. Delante de la alacena, el antiguo mostrador de una camisería es ahora un aparador para la vajilla. “¡Ah!, y quise que la cocina tuviera un balcón, un capricho muy personal”, remarca.
En casa de Esther, la decoración navideña tiene un intenso aroma artesanal, no en vano muchos de los adornos que vemos mientras recorremos las estancias los ha hecho ella en persona. En la segunda planta, el antiguo desván alberga ahora los dormitorios. En el de las niñas, Esther abrió también un balcón. Muy cerca está precisamente el cuarto donde ha instalado su taller, con una mesa de trabajo sobre caballetes, en el que deja volar su imaginación para crear sus piezas artesanas. “Siempre me ha gustado trabajar con las manos, hacer objetos decorativos personales. Y resulta que ahora me dedico a ello en La Cuillère de Sucre y mi tienda, Esther&Martin, especializada en objetos y diseños de papel y cartón. He unido mi afición y mi trabajo”.
De repente, Esther nos sorprende con estas palabras: “Hoy todos se levantaron con granos de azúcar en los labios, pero solo se dieron cuenta los que al despertar se besaron”. Ríe y a continuación nos explica: “Es un cuento breve que me encanta. Es el lema de mi empresa, y el origen de mi pasión coleccionista. Colecciono cucharas de azúcar, unas piezas preciosas que la nobleza francesa del siglo XVIII utilizaba para espolvorear el azúcar sobre los pasteles y dar el toque maestro”. Ese capricho goloso es como el toque final para esta mujer que adora personalizar hasta el último de los detalles de su casa.