Vieja parece, nueva es. Con esto ya te lo hemos dicho todo. Porque esta preciosa masía rústica no es lo que parece ¡y le encanta jugar al despiste! A ver, si miramos su fachada inmediatamente tenemos la impresión de que se trata de una antigua casa de campo rehabilitada. Por el tipo de construcción, la mampostería, el tejado a dos aguas, los algarrobos del jardín...
Bueno, pues de antigua nada de nada. Su propietario, un inglés enamorado del campo y del sol, compró un terreno de algarrobos en el interior de Mallorca (¡cómo no!), y tanto le gustó su situación cercana a Palma y al mar, que quiso construirse allí mismo una casa siguiendo las técnicas de toda la vida para que pareciera haber estado en este lugar desde siempre. Vamos, que tuviera el ADN mallorquín. El resultado ha sido un éxito. La sensación es la buscada y la realidad es que, inaugurada en 2010, está dotada de todos los elementos técnicos que aseguran comodidad y confort, que no son cosas menores precisamente cuando se vive en pleno campo.
Resumiendo: el éxito se ha debido fundamentalmente a la fidelidad a una arquitectura tradicional y al uso de técnicas locales. Y eso lo hemos comprobado ya desde el exterior. En el interior, losas de piedra de Binissalem cubren el suelo unificando así todos los espacios. En los techos, son las vigas de madera las que cumplen esta función con distintos acabados (más oscuros, más claros y luminosos), insistiendo además en el carácter rústico de la construcción. Dos puntos (techo y suelo) a tener siempre en cuenta. Acompañados de un tercero imprescindible, el de las paredes. En este caso ellas son las que ponen la nota elaborada con una pintura en tonos crudos o crema suave, como os guste llamar a ese color que del blanco se acerca al beige. Eso en cuanto a los elementos decorativos más básicos.
La distribución de los interiores, por su parte, está espléndidamente lograda. Un espacio diáfano en L, cuyo lado más largo se abre en sucesivas puertas al jardín, acoge, de izquierda a derecha, un estar en torno a la chimenea, cómodo y acogedor, un salón más formal con un sofá y dos butacas Regency, y un comedor con mesa ovalada y sillas con respaldo de rejilla. La cocina, abierta a este último ambiente, amplia, diseñada a la última con muebles de inspiración rústica, ocupa el palo corto de la L.
Y no quiero acabar sin decir algo sobre el mobiliario escogido. La madera con acabado natural triunfa en las mesas de centro y comedor. Cómodas, mesas auxiliares y vitrinas están patinadas en tonos suaves. Y los sofás, tapizados en blanco roto. Tan solo la tela de rayas de las butacas gemelas del salón rompe la armonía cromática. Y sirve de perfecto contrapunto a tanta neutralidad. Neutralidad que se impone también en el dormitorio. En este caso es la bañera exenta la que se encarga de destacar, con sus volúmenes abiertamente actuales, en una decoración medida, dulcemente rústica y con una cierta evocación inglesa.
La casa constituye toda una lección para nosotras. Así, en dos palabras, me atrevería a decir que para lograr el efecto de una apariencia de toda la vida cuando las cosas se hacen ahora, lo sabio es recurrir a la arquitectura y las técnicas constructivas tradicionales de la zona. En los interiores, la luminosidad, la amplitud, el confort, son, en mi opinión, los primeros objetivos. Eso sí sin descuidar los elementos decorativos enraizados con los orígenes de la tierra donde la casa se levanta.