El mar apenas se ve, convertido en una línea borrosa en el horizonte. Pero se siente. La mirada se detiene en la vegetación verdísima y esplendorosa de pinos, adelfas y bunganvillas, y es una gloria bendita sentarse en el porche blanquísimo, junto a la piscina,y dejar la mente suelta, sin amarra alguna, vagando entre los mejores sueños.
Por favor, mirad esa foto en la que se asoma la fachada de la casa por la izquierda y no me podréis negar que daríais mucho pero mucho por estar allí, apoltronadas en una de esas butacas impolutas oliendo el mar y respirando el aire de los pinos. En fin, lo siento, pero me dejo llevar por el deseo y la envidia y eso no puede ser, tengo que ir al grano y contaros varias cosas que seguro os interesan. Aún y todo, hacedme caso, antes de seguir leyendo abrid las fotos, miradlas bien, dejaos llevar por la emoción y luego volved y os explicaré lo que me han contado el arquitecto y los dueños.