Podríamos decir que el mundo se divide en dos clases de personas: los que se van lejos (o muy lejos) de sus padres y los que se quedan cerca (o muy cerca). Quedarse cerca puede significar el mismo barrio, la misma calle, o la casa de al lado, la de arriba (que ya es muy cerca)... ¡pero la misma! Ponte la mano en el corazón y pregúntate: ¿vivirías en casa de tus padres? Arancha, la protagonista de esta historia, vivió aquí con sus padres y aquí verá crecer a sus hijos. Eso sí, antes puso sus condiciones.

“Cuando surgió la idea de instalarnos en la casa donde viví de niña con mis padres, al principio no me convenció. Estaba llena de maderas oscuras, las ventanas eran pequeñas, tenía poca luz. Pero lo pensamos mejor y vimos las posibilidades que tenía con una buena reforma. Y el resultado es una maravilla, ¡menos mal que cambié de opinión! Es tan distinta que a veces no recuerdo que es la misma en la que crecí”, cuenta Arancha (y cuánto nos alegramos de que haya cambiado de opinión).

La casa está cercana a Madrid, y para llevar a cabo ese cambio que necesitaba (estético y a veces hasta de energía para volver a empezar) contó con la ayuda de la interiorista Isabel Flores. “Lo más importante era ganar luminosidad y lo logramos con cuatro medidas: eliminar tabiques y obstáculos visuales, ampliar las ventanas, poner un suelo laminado claro y pintar las paredes y la carpintería de blanco”.

"Cuando surgió la idea de instalarnos en la casa donde viví de niña con mis padres, al principio no me convenció. Estaba llena de maderas oscuras, las ventanas eran pequeñas, tenía poca luz. Pero lo pensamos mejor.."

Acabada la obra, que realizó Rotaeche Santayana, Arancha e Isabel decoraron la vivienda en un estilo sereno, atemporal y acogedor. Aquí empezaba una nueva vida. Se turnan para darnos algunas claves. “Aprovechamos bastantes muebles que ya estaban en la casa, decapándolos. El resultado es sorprendente, piezas que íbamos a tirar, como el banco o las mesas de la entrada, ¡ahora lucen como nuevas!”, dice Arancha.

Detalles vitalistas hay bastantes. “Los cojines están hechos con retales comprados en un outlet. Todos tienen dos caras, una más cálida para el invierno y otra más fresca para el verano”, cuenta Isabel. El color verde agua está presente en toda la casa, como un discreto hilo conductor: “En la cocina es donde es más visible, por el papel pintado y los cojines de las sillas”, comenta Isabel.

El papel pintado (capaz de hacer que cualquier estancia parezca otra), de hecho, tiene una presencia destacada también en los dormitorios. Los hijos de Arancha, gemelos de nueve años, eligieron el modelo para sus habitaciones: flores en el caso de Inés, banderas y estrellas para Nico. Y en el dormitorio principal, “forramos la pared del cabecero con un papel de color beige con un delicado dibujo geométrico. También derribamos un tabique para convertir el cuarto contiguo en un luminoso vestidor. Y, como en toda la casa, las cortinas de lino tamizan la luz que entra por las tres ventanas”, concluye Isabel. Misión cumplida. Era la casa de sus padres, pero ahora es suya, muy suya.