Lo inunda todo, se apoltrona en cada rincón, en cada pared, en cada textura... Y es que sabe que es del todo bienvenido. Es más, sabe que se ha convertido en protagonista. Su nombre: blanco. Este color hace que los espacios se sucedan unos a otros casi flotando, ligeros y etéreos.
Y aquí, en medio de un jardín verde, de límites frondosos y claramente terrenal, vive día a día una pareja joven con sus dos hijos (niña la mayor, niño el pequeño) preciosos y, como son todos los niños, con gran tendencia al desorden. Y el blanco blanquísimo adquiere, en la realidad, otros matices que van del gris perla de las paredes al suave arena coralina, la arena más fina y radiante que conozco, en los suelos de madera teñida.
Resulta interesante cómo se usan esos matices de blanco para conseguir el efecto tan resplandeciente y exultante. Empezando por donde se debe, que es el recibidor, donde la consola de madera decapada en blanco y envejecida marca una línea que se va a mantener en el mobiliario de toda la casa. Una serie de piezas principales o accesorias decapadas y algunas además envejecidas se van situando en lugares clave para dar a la casa ese aire un algo informal que sirve de contrapunto a la perfección rotunda de la blancura. Por ejemplo el velador y la lámpara de mesa en el salón, la alacena, la mesa y las sillas del office, y la cómoda del distribuidor del primer piso...
El blanco más blanco por su parte está reservado a los techos y la carpintería, puertas, ventanas, y armarios. También al zócalo del cuarto de la niña y a su cama nido. Está por otro lado presente en toda la casa ese tono arenoso de las grandes planchas de roble teñido del suelo. La misma madera, el mismo acabado, aparece en el baño principal, en la encimera de los dos lavabos, en el mueblecito del bajolavabo y en el faldón de la bañera.
Sólo en los dormitorios se han introducido unos suaves toques de color con la intención de que esos ámbitos tan íntimos se mantengan en conexión con la firmeza de la tierra sin dejar de ser, como son, algo celestiales. El decapado en rosa del conjunto de escritorio y silla, y la ropa de cama en la habitación de la niña atan este espacio a la realidad. También lo hacen el biombo de madera sin tratar que sirve de cabecero en el dormitorio principal. Y los cojines y cuadrantes. Una buena solución que admite además cambios en función de las querencias de las modas: la ropa de cama admite cambios poco costosos en todos los terrenos.
¿Por qué no hay flores en esta casa? Pues porque aquí, junto con el blanco, es el verde el que pone la nota natural. Plantas como el ficus, las dos gemelas sobre la mesa de centro, y la pequeña trepadora en el salón, ramas verdes por todas las esquinas, desde el recibidor hasta la cocina y el baño. Verde, verde y más verde. Entre tanta hoja, algún ranúnculo blanco y modesto, alguna flor de lilo casi inadvertida. ¿Imaginas este espacio tan blanquísimo inundado de rosas antiguas o de lirios jaspeados? ¡Parecería una tarta de bodas! Así que algo nuevo a tener en cuenta: estos ambientes tan celestiales piden a gritos el sobrio verdor de la naturaleza.