Tiene un aire zen. La combinación de los techos abovedados, los suelos de cemento y las paredes con revoco de cal, arropados por el verdor del jardín silvestre, crea una sensación casi monacal. Su propietaria quería una casa natural y que transmitiera paz, donde toda la familia se sintiera bien.
Planificada para acoger y disfrutar
Fuera, dos porches ofrecen espacios en sombra, uno pensado para comer y el otro para relajarse. Y dentro, la interiorista Ana Generó creó espacios esenciales, sin renunciar a la calidez y a la funcionalidad. Una sobria cocina con muebles de tablas de madera y encimeras de mármol macael, abierta al comedor y al jardín como quería la propietaria. Tablas de madera también para algunas puertas interiores y materiales y elementos recuperados por toda la casa.
Pino melis para la carpintería exterior, pino añejo para la interior y unas puertas antiguas como cabecero del dormitorio principal. “La casa es muy blanca y las texturas naturales le dan carácter y la harán envejecer bien –explica Ana Generó–. Por ejemplo, la madera está cortada a sierra, lo que le da más autenticidad. Y las pérgolas del jardín son de hierro, con una cubierta de cañas tradicional. Los pilares son de piedra recuperada y cemento mezclado con arcilla local, como las fachadas”.
Con alma de masía
La casa, que es de obra nueva, está inspirada en las masías ampurdanesas, por eso se intentó que se integrara bien en el entorno. El arquitecto Lluís Auquer la construyó según los principios de la bioarquitectura. “Está orientada al sur y tiene muros macizos y con grandes aberturas, que en invierno dejan que entre el sol, absorben el calor y lo ceden por la noche, permitiendo ahorrar en calefacción. Y en verano, los ventanales y el follaje del jardín la ventilan y filtran la luz, manteniendo la casa fresca”, explican desde su estudio. “Realmente parece que la casa ya estaba ahí –subraya Ana Generó–. Los muebles de estilo rústico y las piezas vintage ayudan mucho. Pero la distribución de la casa es funcional, con espacios conectados entre sí y muy abiertos a los jardines”.
En la planta baja, la gran isla y el aparador delimitan el espacio de la cocina, el comedor y el salón, tres estancias en una donde se hace mucha vida en familia. El dormitorio principal está junto al recibidor –los de los hijos están en la planta de arriba– y el suelo de cemento se prolonga hasta el jardín con árboles frutales. Allí, hiedra y rosas antiguas arropan las pérgolas. El lugar perfecto para dejar fluir el tiempo.