Es una absoluta delicia, dejad por favor que me salga el lado cursi que todas llevamos dentro. Llamarla casita no le haría justicia porque es una casa con todas las de la ley, pero tiene tanto encanto, desprende tal aire mágico, que me saldría del alma y del ordenador llamarle así, casita, pero me reprimo. Claro está, cada una tenemos nuestras preferencias y confieso desde las primeras líneas mi fascinación por este tipo de vivienda, nacida de una primera construcción un tanto arruinada, crecida poco a poco, escondida del mundo, cuidada como se cuida a un niño, con una decoración aparentemente sencilla y profundamente pensada. Bueno, lo explicaré y así las que comparten esta querencia mía pueden aprovecharse de las soluciones llevadas a la práctica en esta casa.

Primero fue la puesta en pie de aquellas ruinas. En dos plantas. La primera para la vida en común y la segunda para la privada de los dormitorios. La intención era no complicarse la vida y basarse en lo que ya había. Así, el antiguo porche se cubrió, se acristaló con preciosas puertas correderas metálicas con cuarterones, y el espacio pasó a formar parte del encantador salón comedor. El salón primitivo, mucho más pequeño, se reservó como estar más privado y familiar, con un hermoso escritorio de almoneda para trabajar a gusto. Suelos de barro cocido, paredes color vainilla, carpintería metálica verde, reproducen los materiales y colores originales de la casa y son los responsables de la atmósfera sencilla, hermosa y discreta, ajena a toda pretenciosidad que la hace tan atractiva. Nada es ostentoso y al mismo tiempo todo es confortable. No solo auténtico sino realmente cómodo y acogedor: de eso se encarga la calefacción radiante bajo el suelo de barro. Los muebles también contribuyen decisivamente a este aire tan especial que arropa la casa. Sofás con fundas blancas, maderas decapadas, acabados naturales: todo conduce al reposo, al disfrute y a un estado de ánimo relajado.