Compraron una parcela para veranear. Y esta parcela estaba en una urbanización junto a un pueblo del Empordà. Su destino probable habría sido albergar una casa de obra nueva como segunda residencia, pero sus dueños tenían otra idea. Querían una casa tradicional como las de antes. Como si siempre hubiera estado allí durante los últimos cien años.

El estudio de arquitectura Lizariturry Tuneu planteó el proyecto recreando una casa ampurdanesa de finales del siglo XIX. “Levantamos distintos volúmenes para simular ampliaciones sucesivas, como suele ocurrir con estas casas viejas, explica Daniel Lizarriturry. Y los destacamos con alturas, colores y materiales distintos en las fachadas para que diera esa apariencia”.

Una vieja masía muy nueva

Ivana Tuneu dirigió la obra usando técnicas y elementos constructivos tradicionales ampurdaneses y materiales recuperados. “En el exterior, levantamos muros de piedra recuperada con revoco de cal y de tierra, la cubierta del porche principal se sustentó con jácenas de troncos antiguos, la escalera exterior es abovedada e ideamos una piscina como una alberca de riego, que junto a algarrobos, olivos y algún almez autóctonos que plantaron ayudó a desdibujar los límites de la parcela”. El resultado está a la vista: exactamente igual que una masía de la zona.

Un interior "nostálgico"

En el interior, el estilo se ha recreado con estanterías de obra, suelos de toba de Sant Genís, techos de bovedilla y arcos de carpanel o “de carro”, llamados así “por su forma para que entraran los carros”. Y en la cocina, armarios de madera de roble machihembrados “a la catalana”, sin juntas vistas, y blanqueados para darles un aire más actual. “Hicimos una excepción con los colores de las paredes, ya que al propietario le gustaban los tonos tierra, y con la embocadura de la chimenea del salón, que es antigua y francesa, para dulcificar sus grandes dimensiones”.

Mucho más cómoda

La distribución responde en cambio al concepto actual, como querían los dueños. En la planta baja se suceden zonas comunes abiertas y tres dormitorios comunicados con el jardín. Y en la primera planta, el dormitorio principal con baño, vestidor, oculto tras un tabique y una zona de estar. “Está en lo que sería el secadero de cereales, que eran abiertos, con ventanas en arco, y que se cerraban con perfilerías de hierro”. Los medios tabiques acotan las zonas y permiten la visión del techo de madera de roble, cortada a sierra, sin pulir y barnizada al aceite como el parquet y los armarios, para subrayar el aire natural de la casa.

También lo hacen los muebles ampurdaneses, como las sillas de mimbre y las mesitas de hierro forjado, combinados con otros decapados en blanco y lámparas metálicas. Pero lo mejor son las vistas, que alcanzan hasta las islas Medes, gracias a la elevación de un metro practicada sobre el terreno o un original pozo como los de antes con riego automático para el jardín. “En veinte años los árboles serán enormes y darán resguardo a la casa. No se verá, aunque está en la entrada del pueblo... Como querían sus dueños”.