Cuando, hace trescientos años, se levantó esta masía en el Empordà nadie hubiera pensado que, siglos más tardes, se convertiría en toda una joya. Observando el batiburrillo de tejados y recovecos en la foto de la fachada es fácil deducir que se le hizo un añadido a posteriori. Y ahora la reforma la conecta con los nuevos tiempos, sin perder ni un ápice de su carácter.
Bueno, a lo que iba, la construcción es de antigüedad probada y se levanta en pleno Empordà interior, un paisaje idílico de olivos y pinos mediterráneos. Cuando sus actuales propietarios la compraron estaba ya un tanto arruinada, pero sus paredes y tejados se mantenían mal que bien en pie aunque sus cubículos interiores se destinaban a guardar el ganado durante los meses invernales. No hubo otro remedio: la masía fue sometida a una restauración en toda regla. Pero a una restauración muy muy sabia, de tal manera que nos puede servir a cualquiera que se encuentre en una situación semejante ante una casa de campo, sea masía, caserío, torre, granja o cortijo.
Claro, primero están las labores de saneamiento, que me las salto porque no solo son engorrosas de contar, sino porque cualquier maestro de obras se las sabe de carrerilla. Pongamos pues que están hechas. Es el momento de restaurar los muros y las techumbres y también de pensar en la fachada y en la distribución. Aquí sí que se nota la mano y la cabeza de Lluís Auquer, el autor del proyecto de reforma. Quizás lo más llamativo corresponda al porche, una obra nueva mimetizada al cien por cien con la planta original. No solo es llamativo sino realmente de agradecer, porque durante largos meses se puede disfrutar del exterior, del silencio y de esas vistas de horizontes suaves y arbolados. Y hacerlo además bien repantigada en el sofá o en una butaca de esas tan bonitas de cuerda que se ven en la foto. Una maravilla.
Menos llamativa, porque apenas es perceptible, es la tarea de rehabilitación de muros, suelos y techumbres. Con piedras sin pulir de la zona, iguales a las primitivas, para los muros; tobas, o sea piedra caliza, para el suelo; madera para las vigas, las puertas y ventanas, y tejas árabes de las de toda la vida para los tejados y tejadillos. Cada uno de estos materiales salieron de desguaces o almonedas de la zona, que a eso iba: es la regla de oro para conseguir el espléndido resultado de esta masía. Porque es la única manera de integrar lo nuevo en lo viejo creando un todo único. En realidad, es hacer lo que se ha hecho durante siglos.
Aquí, además, se hizo alguna reforma más y se abrieron algunas ventanas allí donde no las había. Parece evidente que en el siglo XVII los habitantes de esta masía tan solo necesitaban de un pequeño ventanuco para dar salida al humo de los fuegos y chimeneas. Los muros, entonces, cuanto más cerrados mejor para protegerse del frío y del calor. Pero en el siglo XXI una buena calefacción nos permite el lujo de contemplar el mundo bien calentitos detrás de una fantástica cristalera. La ventana horizontal detrás de uno de los sofás blancos, las dos ventanas fijas verticales, una encima de la otra, todas en el salón, actúan como los cuadros más hermosos del Empordà.
Hasta aquí lo más general y lo más básico, la lección de rehabilitación prometida. Pero no me resisto a decir cuatro cosas de aspectos más decorativos. Sin pasarme un pelo para no aburriros.
Uno, la cocina, una reconstrucción preciosísima de una cocina ”a la antigua” con tecnología y estética moderna. Azulejos artesanales, campana de obra, encimera de mármol Macael, frentes de armarios de madera pintada en un verde sutil y apagado, mesa y sillas de almoneda, salida directa al campo: aquí sí da gusto cocinar.
Dos, los muebles, sencillos, de líneas rectas y puras, sin más pretensiones que ofrecer comodidad y ser útiles, una pretensión ideal. Si dais un repaso a las fotos os podréis fijar en que ninguno está de adorno ni sobra. Todos, hasta el espejo de marco dorado colgado en la entrada del dormitorio principal, tienen una función y un sentido. Los justos, pues, pero elegidos con cariño y esmero. Rústicos pero siempre confortables.
Tres, la zona infantil es la más luminosa y clara de toda la casa. Y eso me parece realmente muy generoso para con los niños, que aborrecen y temen la oscuridad. ¿Qué se ha hecho? Algo tan sencillo como pintar de un blanco con azulete el entramado del techo y utilizar muebles decapados también blancos, tanto en el dormitorio como en el baño. Una solución muy práctica, considerada y hermosa.
Y cuatro: la piscina, cuadrada y sin artificios, a la manera de un estanque, está flanqueada por dos parterres gemelos de lavandas, una buenísima manera de aprovechar la brisa para perfumar el agua donde nos bañamos y, en el sentido opuesto, la atmósfera que se respira desde el porche.