La sierra en la que está enclavada esta casa afortunada es la malagueña: monte rocoso con vistas al mar. Vamos, todo un gustazo: olivos y pinos, algún ciprés rompiendo la horizontalidad... Bueno, no quiero dejarme llevar por eso de la vegetación, que me encanta, y tras este pequeño apunte sobre la señas de identidad de la casa, pasaré directamente a introducirme por el doble portón de madera maciza.

Aviso: estando como está rodeada de una naturaleza bravía, el interior es civilizado a más no poder, clásico, confortable, armónico y perfecto. Tan solo por el perfume penetrante de las plantas aromáticas, tan solo también por el paisaje que se introduce por puertas y balcones, o tal vez si husmeamos en la cocina, podemos caer en la cuenta de que estamos en pleno campo andaluz.

Artesanía en estado puro

Lo explico ahora. Pero antes, vaya esta advertencia: el recibidor, con el arranque de una escalera de obra (fijaos bien, es algo a copiar si tenemos la ocasión, porque al carecer de barandilla externa es visualmente ligera y tiene mucha gracia) da paso al salón, un espacio blanco, agradable y muy urbano con dos sofás enfrentados a cada lado de la chimenea y dos salidas gemelas al jardín. Buena idea ha sido la de dejar la madera a la vista en las dos librerías empotradas y rinconeras: ponen una nota cálida en esta habitación algo fría de tan geométrica y perfecta. Los suelos artesanales de barro cocido y las barras de cortinas de forja, aun teniendo un claro carácter rústico, se dejan envolver por la atmósfera clásica de todo el salón.