La sonrisa de Julia me puede. Es que querría ser ella, así os lo digo. Pero como no lo soy, daría lo que fuera por ser su amiga. Y desde que me he enterado de que vendió este ático aún más lo deseo. Este ático es capaz de envenenar todos mis sueños (y los vuestros, lo sé). Haría por él lo que hiciera falta, hasta hacerme pasar por la asistenta de Julia y ocupar su lugar, como en aquella mítica película hacía la buena de Melanie Griffith con su jefastrona Sigourney Weaver.

Me gusta eso de las chimeneas en los pisos. Se prestan a momentos íntimos. Le dan como calor de hogar (nunca mejor dicho), la sensación de estar en una casa-casa. Y si tienes esas vistas a Manhattan, es que ¡tal vez ni necesites ser Julia Roberts! Vaya noches de chicas se deben de pasar aquí. Me chifla que la casa es como íntima: son varios ambientes, pequeños, pero comunicados, sin puertas.

Se ve que a Julia le van los buenos materiales, sobre todo los naturales: hay mucha tela, mantas, madera, cristal, hasta lámparas de hierro... Por cierto, fijaos bien. Hay una gran variedad de lámparas. Y se ve que lo que la actriz buscaba aquí era estar tranquila, ¡justo lo que yo también necesito!

El piso tiene un punto relajado. Eso es justo lo que me gusta: es elegante, pero no encorsetado, nada ostentoso, ¿no os parece? Aquí podría vivir yo. Críticos de Julia, enteraos: nuestra Erin Brockovich tiene (bueno, tenía) una casa vivible, no la mansión del millón del dólares. Olé.

En este piso también se debe de estar a gusto sola (vale, y con algún amigo a veces, que tampoco una es Santa Teresa).

Y los tonos ladrillo y beis de la salita de estar. Por favor, por favor. Me matan. ¿Me tomarán por loca si voy a la tienda de muebles a pedir esta misma composición? No creo.

Venga, ya, me diréis que solo he criticado los aparatos de aire acondicionado. Pero es que no le veo más pegas. ¿Cómo se las voy a ver si lo que quiero es ser Julia Roberts y vivir ahí? Precisamente ahí.