En realidad, según me contaron los responsables de su reforma, la construcción contaba con dos pisos, pero después de muchos trámites y esperas consiguieron levantar un tercero y conseguir aproximarse a los deseados 100 m2. La distribución de espacios en tal difícil condición ha sido una obra maestra de adaptación a la estrecha realidad. Y una buena fuente de enseñanzas para todas nosotras. Así que iré directamente al grano.

La planta principal, donde se sitúa el salón, la cocina y la mesa para comer, se asignó a la segunda planta, y no a la baja por una razón de mucho peso: era la única que contaba con doble altura en la zona del balcón y la escalera, siendo así poseedora no solo de un espacio de más sino de una sensación clara de desahogo. Además, era sin duda la más luminosa, por el balcón y por su distancia con la calle. Fue una decisión nada convencional pero muy inteligente, porque además trajo aparejada la instalación, en la planta baja, del recibidor, el dormitorio principal y el baño, todas ellas estancias que apenas exigen luz natural y que se pueden beneficiar de la estabilidad térmica característica de todos los bajos. La tercera planta se reservó a una habitación para invitados.

No solo la distribución ha sido ingeniosa y poco tradicional, también la decoración resulta sorprendente. Mientras la estructura de la casa hace exhibición de su carácter rústico en el suelo de barro, las vigas vistas, y los dinteles de madera de balcones y ventanas, la atmósfera es claramente urbana. Es verdad que algunos elementos muy escogidos, como las mesas del salón o el mobiliario de la cocina hecho a medida y suavizado por los tonos grises nos indican que estamos en el pleno campo. Sin embargo, las cortinas de lino, las butaquitas de inspiración francesa, la cómoda provenzal, las lámparas, el cabecero de la cama de invitados, las mesillas y todos y cada uno de los detalles confirman un gusto refinado y culto, y una voluntad de sentirse en esta casa en un entorno decorativo semejante al de una gran ciudad.