Y, la verdad, no da la sensación de un espacio perfectamente compuesto y muy arreglado sino más bien todo lo contrario. Transmite sencillez y naturalidad a chorros, como si todo estuviera en su sitio por un azar prodigioso. Pero no, no nos va a engañar esa buscada espontaneidad, porque todo está pensado y muy bien resuelto.
Ni puedo ni quiero pasar por alto algo que no se refiere a la decoración pero sí y de lleno a la arquitectura y al uso de los materiales, que también en esos temas hay mucho y bueno para aprender. Aclararé una cosa: la casa que estamos viendo forma parte de un conjunto de quince, producto de la transformación de una construcción industrial del siglo XIX. Parece mentira que de un espíritu fabril hayan surgido estos espacios tan encantadores, pero es así. Y no solo es así, sino que gran parte del encanto de esta casa (y de las otras catorce, claro) proviene del edificio primitivo.
Lo importante, lo decisivo, es el estupendo uso que el restaurador ha hecho de esos materiales originales, bien dejándolos al descubierto en toda una pared (como el muro de mampostería en el salón y el comedor), bien mostrando algún fragmento (como el ladrillo visto en los dinteles de los dormitorios y las cocina).